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Brasileño, pernambucano de Afogados de la Ingazeira, 56 años (viudo hay 11), 3 hijas, 4 nietas y un nieto, solitario, espiritualista

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sábado, 31 de outubro de 2009

AGUAS DEL RÍO CARINHANHA

AGUAS DEL RÍO CARINHANHA

Lúcidas, transparentes,
Transcurren mansas, indiferentes.
El lecho, trazado por manos invisibles,
Le define la dirección – la imensidão.
El trayecto sinuoso no disfraza los sueños que,
Sumergidos a los ojos humanos,
Emergen a la superficie como si para besar
El ave canora que en su vuelo rasante
Parece afrontar la soberanía de la líquida llanura.

Las márgenes delimitadas intentan respetar el curso establecido
Y fingen imponer límites a la insensatez humana.
Un proyecto de vida y esperanza parece perpetuarse
En las manos de cada lavandera que, en la persistencia del trabajo,
Atesta la tenacidad del río en seguir alimentando y amparando
La lucha de la existencia.

Aguas del Carinhanha,
Límpidas, veloces,
Sieguen formateando conchabos, definiendo siluetas,
En la supuesta línea de horizontes inexistentes, presentes,
Pero, en el espectro etéreo de los padecimientos voluntarios
A asombrar la frágil criatura humana.

Aguas del Carinhanha,
Bellas, soberanas,
Buscan refugio en la suavidad de una voz femenina que,
Inmensa de labores, le dedica las notas de una sencilla canción.

Cae la tarde.
Una brisa suave envuelve la tierna voz que canta;
Y acaricia dócilmente la líquida superficie.
La noche ya disemina rayos color de ceniza,
Recubriendo el suelo antes de extender su delicado manto negro.

Aguas del Carinhanha,
Envueltas en el manto de la noche sieguen
Determinadas, majestosas;
Esplendorosamente bellas
En la profundidad de un misterio inconteste.

João Cândido da Silva Neto

sexta-feira, 30 de outubro de 2009

UNA LEYENDA DEL RÍO CARINHANHA

UNA LEYENDA DEL RÍO CARINHANHA (*)

En 1712 el aventurero Manuel Nunes Viana, al frente de uno grupo fuertemente armado, atacó una aldea de indios caiapós en el margen izquierdo del Río São Francisco, en el local donde actualmente se sitúa la ciudad de Carinhanha.
Lo afluente del “Viejo Chico” que en aquel local completa su curso de 450 km y, más tarde, pasó a ser divisa natural entre los estados de la Bahía y Minas Gerais, recibió el nombre de Carinhanha, en función de una ave que existía a los bandos en la región y que los indios llamaban de “Carunhenha”.
Después del ataque, un pequeño grupo de jóvenes indias cruzó a nado el río Carinhanha, buscando huir a sus perseguidores; y, para mayor seguridad, se escondieron en varios puntos al largo del margen derecha, pasando a vivir separadas unas de las otras, pero, sabiéndose seguras y tranquilas. Como que previamente combinado, iban todas al río por la mañana, al rayar del día, y a finales de la tarde, para se bañar.
El margen derecha del Carinhanha, en el local donde hoy se sitúa la pequeña ciudad de Juvenília se llenaba del más vivo entusiasmo cuando la atmósfera reinante se hacía vibrar por las caricias sonoras irradiadas pelas melodías caiapós entonadas en cantar unísono por las bellas muchachas. Con cantigas improvisadas, emerjas del fondo de sus sufridos corazones, las indias relataban, unas a las otras, sus dolores, sus sueños y las alegrías simples con que intentaban amenizar la nostalgia de las florestas donde campeara lo guerrero pueblo caiapó, ahora sólo un recuerdo melancólico la inmiscuirse por entre las nostalgias del alma en su simplicidad pura e inocente.
A cada cantiga concluida, otra compañera asumía el espectáculo, buscando en la misma fuente íntima, inspiración y fuerza para elevar al espacio toda la augusta expresividad de su cantar reprimido.
Un día, un joven guerrero caiapó y su bella esposa se aproximan del margen del río, acompañados por un grupo de hombres blancos que erraban por aquellas parajes en búsqueda, tal vez, de aventuras o de la realización de sueños íntimamente embalados.
Exhaustos de la jornada, ellos deciden acampar y dormir allí mismo, prójimo al margen, atraídos por la exuberancia de aquellas aguas cálidas y cristalinas, agradables al cuerpo y el alma. Y, al rayar del día, uno de ellos despierta, sobresaltado, al oír un cantar extremadamente bello que, del margen opuesto, se elevaba a los cielos como se intentara perennizar la energía sublime de aquel momento de encantamiento y profunda contemplación. Animado de la expectativa de localizar a fuente propagadora de tan dulce y afable melodía él se lanza a la aguas y, al alcanzar el margen opuesta, encuentra una joven india que, sin demostrar sorpresa o aversión, lo acoge en un abrazo suave y envolvente, de absoluta ternura.
Nacía así un gran amor, en la pureza de una voz femenina a embalar almas solitarias, tiernamente enlazadas por el transcurrir elegante de las aguas del Carinhanha.
Todos los aventureros se enamoraron por el río y, allí, en la magia de aquel pouso espontáneo, encontraron los verdaderos amores de sus vidas. Y así la leyenda se creó y permanece inalterada hasta los días actuales:

Quién, al margen del Carinhanha, oír el tierno cantar de una voz femenina se enamorará por el río y de él no más se apartará. Si, al oír el cantar, bucear en las aguas y se bañar, realizará el sueño de amor de su vida”.


João Cândido da Silva Neto

LA SAUDADE (*)

La SAUDADE (*)

¡Quedo muy satisfecho en oír tan sencilla cantilena, que presta a mi corazón fatigado por repisados enfados, los refrigerios de bálsamo siempre anhelados cuando me oponía a las dificultades de la vida a la cuesta de penosas andanzas por los largos y sinuosos caminos del Región! No que yo me queje! No señor, lejos de mí tan ingrato descomedimiento! Hasta puedo decir, sin embargos de contradicha, que guardo bellas y agradables recordaciones, como hilos de esperanza que la Saudade, siempre envuelta en confabulaciones – la Saudade, sí, esa sabe forjar confabulaciones – va cargando, cargando despistadamente, sin dar un motivo para sospecha del corazón y los órganos del cuerpo, hasta ajuntar aquel montón de cosas empiladas en lugar bien disfrazado.
En el inicio parecen cosas sin valía, lanzadas en la basura, sin alarde, por no tener necesidad. Y mientras todos los órganos del cuerpo juzgan de grande serventía esa supuesta demostración de celo, ella hace por capricho: da oídos de mercante a los rumores baldíos en su derredor y prosigue incansable en su paciente laborar. Si Saudade tuviera cuerpo físico, ese sería, con certeza, idéntico al de una hormiga Saúva.
Todo semejante, inclusive aquel su parte trasera reluciente y espichada que, en mi humilde evaluación, a hace acreedora del título de – con permiso de la palabra – Calipedia del Mundo Animal, con todo el respeto por eventuales opiniones más abalizadas que no me juzgo a la altura de contestar.
Exceptuadas en ese análisis o estropeo que las Saúvas causan cuando invaden una plantación, todo lo más en ellas es digno de afectuosos elogios: la organización, la división del trabajo, la dedicación a las tareas asumidas y la incuestionable persistencia.
Todo en ellas es elogiable – todo, todo. En el trabajo silencioso e agudamente laborioso Saudade y Saúva se asemejan. Mientras las Saúvas, impasibles a la inclemencia del tiempo e insensibles a la quejas del pobre labrador, acostan abajo toda una plantación para cargarle y aprovisionar el hormiguero; la Saudade organiza un archivo de recordaciones, reuniendo elementos dispersos - unos en el cerebro, otros en el corazón - transportándolos en orden cronológica hasta un espacio recóndito, imperceptible a los sentimientos y allí se lanza a un riguroso proceso de ordenación de ocurrencias que, previamente, obedece a criterios de analogía de los acontecimientos.
ES un trabajo meticuloso, exige sosiego, pero, tranquilidad y sosiego son cosas que Saudade tiene hasta para dar o vender, si así lo puedo afirmar. Perspicaz que sólo ella misma, pasa el día todo despistando, como quién no quiere nada, pero queriendo, asuntando todos los acontecimientos que los órganos del cuerpo transmiten al cerebro y al corazón. Y a la noche, cuando los órganos se desarman para consentir lo reposo del cuerpo material, ella, con su extremada dedicación, va hasta el dicho escondrijo – sólo ella sabe dónde queda – y en el secreto imperioso comienza a ejecutar la segunda parte de su tarea. Investiga pasivamente el corazón y el cerebro, ya que no le interesa registrar sino hechos que tocan el corazón, impregnados por las energías de los sentimientos. Aprendizaje intelectual es trabajo del cerebro, Saudade no se envuelve con esto, no señor.
Ya transcurrido algún tiempo que Saudade pasó a trabajar menos y aún aumentó su rapidez y eficiencia, pues adoptó técnicas de administración de Harvard y ya domina con maestría los fundamentos de la automatización.
Para ella es cómodo. Captura los conocimientos en el propio cerebro, hace a su jeito las adaptaciones necesarias y, prontamente, el nuevo método está instaurado. Todo eso acontece dócilmente en el transcurrir de una vida. El individuo ni se da cuenta de que sus pasiones, viajes, correctas implicaciones, mismo procedimientos a veces indecorosos, está todo documentado en archivo recóndito, que sólo podrá ser abierto y consultado por él. Archivo de Saudade no puede tener el sigilo infringido por determinación legal. ES cosa de foro íntimo. Las razones del corazón son siempre ignoradas por la propia Razón, pero la Saudade – siempre envuelta en confabulaciones, como yo ya dije – con la ligereza que le es propia, recorre todos los meandros de los sentimientos descifrando las ansiedades del alma, de cuyos aspectos íntimos retira la energía con que permea toda la depurada elaboración de su archivo. Todo esto sin que el dominado perciba o haga evaluación de las implicaciones. El archivo va siendo organizado lentamente, sin conocimiento del principal envuelto.
Minuciosamente compuesto, cada detalle en su respectivo espacio, como un interrogatorio policial: lleno de relatos, fotos, nombres y testimonios de personas, locales, fechas, todo rigurosamente ordenado. Una primorosa composición artística de enaltecida graciosidad.
Pero, el tiempo pasa sin que se perciba su lento transcurrir. El trayecto, aunque desconocido, ya no ofrece misterios, pero, delante de las afrontas sorprendentes de la jornada es aconsejable amenizar el paso para pisar con la prudencia recomendable.
Los obstáculos del camino pasan a ser enjergados con la necesaria antecedencia y las precipitaciones, antes frecuentes, son ahora más distanciadas. Aún se tropieza, pero ya no se cae. ES un consuelo.
Una soledad angustiada comienza la despuntar a los primeros indicios del atardecer de la vida. La juventud quedó para tras; aún espiando bien ya no es posible vislumbrarla en la curva más próxima de la carretera.
Aquella ansiedad alborozada, que muchas veces impelió la vida a desastrados atolladeros, exhibe ahora los suaves contornos de profundas y depuradas reflexiones.
Las intensas y exhaustivas dificultades fueron superadas por la constancia del esfuerzo.
Fantasías extremadamente insensatas que daban embasamiento sueños y devaneos desproporcionados se rindieron a la dialéctica del equilibrio y aceptaron encabrestar la ponderación.
Antiguos resentimientos, casi siempre desagraciadas, fueron mitigados por la delicadeza y espontaneidad de los sentimientos madurecidos.
La mente, extenuada por borrascas de desavengas amorosas, ya no aliñaba conchabos; y del corazón, desolado por frustrados afectos, se oyen sencillos y torturados suspiros por antiguos amores, entrelazados por discretos rumores de inolvidables envolvimientos.
La memoria, exhibiendo abundancia de fragancias agradables, siente que el corazón bate descompasado, como si flagelado al azote de fautor, sucumbiese a las exacerbadas inferencias del inconformismo.
La vida prosigue lentamente. La mente, atenta, clama por la indispensable substancia revitalizante. Ya se avistan las sombras del atardecer. La memoria investiga hechos registrados, busca localizar subsidios para avivar a llama de la Esperanza. Sí, es mismo, la Esperanza... ¡He ahí la solución! ¡Bienaventurada Esperanza! ¿Pero, donde existirá la Esperanza? Ninguno de los órganos del cuerpo a vio. Se sabe sólo que existe aunque nadie le conozca la forma o apariencia.
Se consultan nuevamente los registros. El tiempo pasa. La criatura humana comienza a padecer desdichas desmedidas. Alguien vivifica la energía de la vida. ¿Fue ella, la Esperanza? No, no fue. Fueron los pulmones. ES trabajo de ellos el proceso fisiológico de recibir la sangre con baja tasa de oxígeno y efectuar una alteración gaseosa impulsándolo a proseguir en su viaje con energía revivida. ¡“Mientras hay vida, hay esperanza!”, alguien grita allá en el fondo. Sí, pero quien dije esto haga el favor de ayudar a encontrarla. De momento sólo tenemos el deseo de encontrar la esperanza y el consuelo de saber que la esperanza es la última que muere. Por lo menos es lo que se oye decir. Necesitamos que sea localizada antes de eso. ¡Pero llega de redondeó! Esa conversa sin fundamentos no lleva a ningún lugar!
Continúan las búsquedas, agitadas por los murmurios de los que afirman nunca tengan oído siquiera rumores, y otros que sostienen haber registros de ella en el cerebro. Mientras esto el corazón se agita como si demostrara efectos de aflicción. En conclusión la memoria grita: Eureka! Todos corren ansiosos en su dirección. Ella hube localizado registros del mitológico héroe Prometió y se apresura a narrar los hechos. Todos quieren la oís.
Lo Todo-Poderoso Júpiter, soberano del Olimpo y padre de los dioses, hube remitido a Prometió, como castigo por sus actitudes que los dioses repudiaran, una joven y núbil doncella llamada Pandora, cuyo nombre significa “poseedora de todos los dones”. Pandora llevaba una embalaje ofrecida pelos dioses, pero, con la recomendación de en ningún tiempo ser abierta. Sospechoso del embuste, Prometió encaminó la joven a su hermano que, enamorado, se casó con ella y cayó en la trampa: abrió la caja. De ella huyeron todas las desgracias que hasta hoy vaguean por el mundo excitando las pasiones de la pobre raza humana: hambre, peste, miseria, guerras y destrucciones, etc.
Exasperado, él cerró apresuradamente la bendita caja, trancando allá dentro, bien en el fondo, la única cosa buena que en ella había – la Esperanza. ¡
¡Entonces es de ese jeito! La Esperanza está archivada dentro del Ser humano! Por eso nadie encuentra la dañada! ¿Pero, espera ahí, está guardada o segregada? ¿Y lo que importa? De cualquier forma se encuentra en local incierto y no sabido. ¡ES sí! Tomó infusión y nadie más a vio.
La memoria convoca los órganos para una operación de búsqueda muy rigurosa en todo el cuerpo. Ellos acorren dispuestamente al llamado y las tareas son rápidamente distribuidas y asumidas.
“Sabor” investigará de la lengua hasta el recto, todo y cualquier local, minuciosamente. “Olfato” irá a ayudarlo con su ancha experiencia en probar e identificar fragancias y hedores. Nunca se sabe, la Naturaleza humana tiene sus misterios...
“Visión” quedará de ojos arreglados, atentamente a todo que captar, examinando cualquier imagen antes de liberar para impresión. “Tato” y “Audición” vigilarán el sexo opuesto, principalmente se las epidermis se aproximen muy u ocurran desencuentros y tumbos. Necesita traer la piel bajo bastón. ES siempre ella la primera a excitar las sensaciones que dan un trabajo de los diablos a los órganos del cuerpo.
Tiene que confiar desconfiando de cualquier aproximación. La inmoralidad acostumbra presentarse nutrida de afectos, aunque moralmente esquelética, siempre con aquel jeito ingenuo, llevando un inocente cesto color-de-rosa transbordando mimos y afabilidades. Desliza con suavidad y ternura como que cambiando en el espacio aéreo y aún balancea las ancas para excitar los ingenuos, siempre expuestos y vulgarizados. ES preciso no descuidar de parejas susurrando y mirando de lado; y filtrar, aún a exagero de celo, cualesquier susurros y sonrisos depositados con exceso de generosidad en oídos extraños. El Ser humano acostumbra sorprender...
¿Pero, adonde fue parar la Saudade? Donde será que aquella zafada se metió? Siempre está por aquí, trabajando silenciosa, ajuntando cosas... ¿Ajuntando cosas? ¡ES esto, ella ajunta y guardia! Localicen la Saudade! Comienzo a creer que ella es la llave del enigma que nos intranquiliza. Con certeza ella guarda en algún lugar secreto todo la que recoge. Como ella recorre todos los órganos del cuerpo ajuntando cosas que nos parecen disfraces, con toda la certeza elaboró un archivo misturado con las energías de los sentimientos. ¡Pueden apostar, ese archivo es la fuente de la Esperanza!
Excitados por esa nueva y auspiciosa configuración los órganos no tardan a localizar la Saudade, colocándola frente el frente con la memoria. Sin cuestionamientos o mayores obstrucciones ella revela su rico acervo. ¡Y qué acervo!
Está todo allá, la base fundamental de la esperanza, que ahora será franqueada al cerebro, a la memoria y a todos los aspectos del alma. El Ser humano no más será sacrificado. El archivo de la Saudade, pacientemente elaborado, permanecerá abierto a las consultas necesarias para amparar la criatura humana, despertando y promoviéndole la esperanza e incitando-le la disposición para proseguir.
El Ser humano se anima. Ya no se le presenta sombrío el atardecer de la vida.
Sus fuerzas son rejuvenecidas. Le invade nuevamente la gana de vivir y sus pasos se firman exhibiendo una renovada vitalidad.
Seguirá caminos nuevos, aún aturando el antojo implacable de las agruras inclementes que campean a las ribaceras...


(*) SAUDADE - Palabra sólo existente en la Lengua Portuguesa, cuya traducción aproximada sería Nostalgia, Melancolía, Añoranza, Recuerdo.

quinta-feira, 29 de outubro de 2009

El HOMBRE QUE CREABA MONSTRENGOS

El HOMBRE QUE CREABA MONSTRENGOS

Había un hombre muy malo que me gustaba perjudicar las personas y no era ni un poco educado y elegante en el relacionamiento con sus semejantes. Cultivaba pensamientos malignos, era muy vengativo y no aceptaba cualquier crítica o sugerencia de alguien que, notando su procedimiento equivocado, quisiera ayudarle.
Con el pasar del tiempo él fue haciéndose cada vez más agresivo con quién de él se aproximara y, gradualmente, fue distanciándose de todos, pasando a vivir muy solo.
Juzgaba sean diabólicas todas las criaturas y jamás profería una palabra que denotase comprensión, ternura o cariño. Su corazón no abrigaba sentimientos nobles y él no conseguía comprender que necesitaba modificar su modo de sentir y de pensar.
Un día él adormeció, solo como siempre, bajo un bosque frondoso, al margen de una carretera de tierra que conducía al alto de la montaña. Y buceado en relajamiento profundo, tuvo un sueño:
Observaba, con muy grande sorpresa, un hombre de mirar límpido y rostro agradable que pasaba caminando despreocupadamente en dirección a la montaña. Atrás del hombre, en fila uno a uno, perfilados, una porción de pequeñas criaturas que lo seguían, muy contentos, conversando animadamente entre sí. Eran pequeñas en el tamaño, tenían formas variadas, de colores vivos y agradables a los ojos. Todas tenían apariencia bella y atrayente e irradiaban una irresistible energía, tan tierna y suave que prendía el mirar y la atención de quien las contemplara. A muy coste él consiguió desprender el mirar de aquella escena tan inusitada. Quedando sentado decidió levantarse e ir atrás del hombre para inquirir sobre aquellas formas de vida que lo seguían con tanto regocijo y satisfacción. Pero no pudo. En su cerebro algo le decía que debía ir, pero una fuerza desconocida lo impedía, obligándolo a retroceder.
Por algunos momentos él se debatió entre la gana de seguir aquel hombre para saber de las pequeñas criaturas y la fuerza descomunal que le obligaba a actuar en contrario.
He ahí que, de repente, él se vuelve y ve, atrás de sí, un otro grupo de criaturas de variados tamaños, colores oscuros y negras, totalmente disformosas y de horrendas apariencias. Se mueven desordenadamente y cada movimiento suyo ellas corren a colocarse la a su espalda, en fila uno a uno, como que para acompañarlo.
Él despierta espantado. Un sudor frío le desciendo por el rostro. Siente el corazón batir en compaso acelerado. Las imágenes están bien vivas en su mente y, por primera vez, él se cuestiona intentando entender la razón de sueño tan insólito.
¿Por qué aquel hombre se hacía acompañar de tan bellas criaturas, mientras él tenía detrás de sí, las formas más horrorosas que alguien podría imaginar? La pregunta se repite insistentemente en su íntimo, repercutiendo y ampliándose hasta ocupar todo el espacio de los sentidos y del alma. En dato momento él mira con atención y percibe que en el sueño la carretera por donde el hombre hube pasado es exactamente aquella donde se encuentra. Avista al lejos la montaña en cuya dirección el hombre hube seguido. Siente una enorme gana de ir a la busca del hombre, pero decide aguardar. Ve, al lejos, una señora que trae en los brazos un niño pequeño envuelto en una cubierta rústica y ya vieja, desgastada por el uso constante. En los brazos de la madre el niño chora en voz baja, de hambre y de frío. Él percibe que la pobre mujer intenta conducir el niño al pecho, pero esa actitud maternal no alivia el padecimiento del pequeño ente. El niño sólo se consola por algunos instantes e inmediatamente vuelve a llorar.
Por primera vez él contempla una escena tan enternecedora. Siéntese tocado; le invade una compasión nunca experimentada. En un ímpeto él llama la mujer y le da el alimento que traía en su mochila.
Ella recibe, reconocida, el alimento y se sienta para satisfacer el hambre del hijo. Mientras madre y hijo sacian el hambre él atrapa su cubierta y, en una actitud tierna y cortés, la lanza sobre la espalda de la mujer de forma de proteger también aquella pequeña e indefensa criatura. El niño estira para sí la parte de la cubierta que le toca y esboza una sonrisa infantil de pura espontaneidad.
Al observar estas escenas él se deja tomar por la más pura y radiante sensación de placer y conforto espiritual. A pesar del frío él se hube deshecho de su aquejadora cubierta y, sin embargo, se siente contento. Después de saborear el alimento la mujer agradece repetidas veces y con el hijo bien protegido y adormecido en el pego sigue en dirección a la montaña. Él contempla, embebecido, aquella humilde mujer que sigue confinantemente con el hijo en los brazos. Si pudiera ver ahora notaría la desaparición de una de aquellas horribles criaturas que siempre lo acompañaron. Una única actitud benevolente, sincera y desinteresada fuera suficiente para destruir la tenebrosa figura del egoísmo. Aunque no consiga explicar él se siente feliz y satisfecho. Nunca hube recibido tanto en retribución a un poco que diera. Y sin incomodarse con el frío se acosta para dormir allí mismo, bajo el árbol frondosa, aún preocupado con el misterio del hombre de las bellas criaturas.
Mientras intenta busca el adormecer sus pensamientos divagan por extensiones variadas e longas. Examina todos los hechos de su vida, hasta la infancia. Le viene a la mente la imagen de su madre y entonces adormece oyendo las suaves palabras que ella le repetía siempre:
“... la felicidad general, mi hijo, no sólo el bien individual”.

MENSAJE: "Dígame con quién andas y yo le diré quién eres".
(Interpretación de la ley “El semejante atrae el semejante”).

João Cândido da Silva Neto

terça-feira, 27 de outubro de 2009

UNA DULCE ILUSIÓN

UNA DULCE ILUSIÓN



¿Dorinha?
¡Dorinha se fue ya hace es bien tiempo! Cargó todo lo que tenía. Sólo dejó recuerdos distribuidos a los montones y lágrimas apenas disfrazadas en la pequeña silueta da visión de los ojos de aquellos que la vieron partir. Y a juzgar por la hija que dormía serenamente en sus brazos y una maleta poco pesada, pues hasta balanceaba en su mano izquierda, muy no parecía llevar. Y si alguna cosa de valía estaba dejando para tras parecía no hacer diferencia, ni causarle preocupación o disgusto. Hube restablecido los planes, hube destacado otros objetivos. Es asimismo. La criatura humana búsqueda siempre caminos más deleitables, sin embargo, sólo Dios tiene el poder de fijar realidades. No estamos prójimos de la felicidad sólo porque ya caminamos bastante. Por más dificultoso que nos parezca es necesario edificarla al largo de la jornada. Tarea obligatoria de cada viajero que tomó por objetivo la senda del progreso evolutivo, aspirando alcanzar planicies espirituales más elevadas. Tenemos en el paisaje de los sentimientos una brújula que siempre apunta la dirección. Es sólo seguir la brújula. La vida, esa desenrolla en un derretimiento intranquilo, prensadas inquietudes, insidias palpabais ora a disgusto, a veces en la mazmorra del dice-que-dice amargado. Dorinha llevó toda su riqueza: parte aconchabada en los brazos, envuelta en una cubierta color de rosa, regalada por su madrina aún con aroma suave de tienda; la otra parte guardaba dentro de sí, suavemente acomodada en el corazón, que es, a la vez, motor del cuerpo, centro emocional; y sede del alma humana, tan intraducible cuánto indefinible; y fugitiva de todas a cualesquier tentativas de abstracción de sus diáfanos elementos; buceada siempre en niveles tan profundos del Ser, donde no alcanza la sapiencia ni del más ilustrado ignorante, que sólo conseguiría insultarla con sus extravagantes y depauperados conceptos. Deja como está...

Ella ostentaba en el rostro sus aspectos delicadamente esculpidos y un mirar límpido y penetrante que revelaba su firme esperanza de avistar inmediatamente un mañana no prometido sólo soñado y que, de tanto pelear a la busca, sentía como se estuviera siendo siempre aplazado cada pasada por estos caminos llenos de íngrimos socavones y inmoderadas trampas. No por falta de bueno comprensión o de méritos, pues estas calidades ella siempre disfrutó en abundancia; tal vez por deshecha del destino. ES así, como se puede observar... Tiene gente que al apear en este orbe ya trae un destino antojado escanciado en el lomo del caballo. Dato a la luz es lo que dicen cuando usted firma compromiso de locación en el grande y espacioso mundo de Dios, teniendo él allí del lado, como testigo vitalicio, cogiendo en la mano un rosario de 108 lágrimas que va a dejarle estampado en el espinazo como se grabado a hierro en brasa fuera. Hablé 108 lágrimas porque acordé que el collar de Buda tiene 108 cuentas; el hindú devoto da, diariamente, 108 vueltas en torno a la vaca sagrada, mientras hace sus oraciones; los simpatizantes de las prácticas espirituales hablan en 108 himnos sagrados; y los gnósticos afirman sean 108 las reencarnaciones en cada ciclo evolutivo. Fue sólo por eso.

Dorinha no dejó tristeza; dejó, sí, un tierno recuerdo, tan tierna y suave que reconforta, haciéndonos desear para ella las tan anheladas alegrías paradisíacas en cuya busca partí.

Me acuerdo de las veces que pasaba por el camino a la noche, viniendo del poblado de las Antas, y oía su bella voz entonando una embebecida canción de niña para la hija adormecer:


“Abro la ventana, dejo la noche entrar

para que la Luna y las estrellas puedan adorarte;

un sueño lindo te hará dormir

y un nuevo día viene para despertarte...

Se percibía en la dulzura de aquel cantar una oración de gracias que de su fervoroso corazón subía a las alturas celestiais. Hube transformado su cuerpo en un templo de adoración al Cósmico y su corazón en el altar donde depositaba sus legítimas ofrendas. La música y las palabras tuteaban sólo como tenue hilo conductor, que su noble sentimiento recorría en etérea viaje. Aquel cante sublime revelaba que ella estaba realizada como madre.

Sólo comprendemos lo que se la hacía falta el día en que a venimos a partir. Tenía en los brazos una certeza; en el cantar un sueño discretamente ninado por una dulce ilusión...

FLOR TAMBIÉN TIENE CORAZÓN

Mío piense es un pájaro que vuela, vuela

buscando aquel que estoy llamando

en mi pecho, bien en voz baja.

Soy igual la flor desplome,

abatida, mirando el suelo,

pues su dulce recuerdo

es la llama de esperanza que mantiene mi ilusión.

ES añoranza de usted, amor -

flor también tiene corazón.

Viene la noche llamarme

para cantar al luar,

pero la tristeza no deja;

mi canto es triste y sencillo,

habla del amor dulce y bello

que se fue para no volver.

ES añoranza de usted, amor -

flor también tiene corazón.



João Cândido da Silva Neto

domingo, 25 de outubro de 2009

AQUELLOS OJOS VERDES

AQUELLOS OJOS VERDES


¡No señor! De Deusinha no se puede decir esto que sea que intente disminuir el carácter o denegrirse el procedimiento, pues ella siempre exhibió acentuados dotes morales basados por bello y correcto equilibrio!

Era una desarrollada demonstración de desvelada afabilidad y impresionada jovialidad. Si a mí fuera concedida la gratificante oportunidad de, en un más largo relato, encarrilar poco a poco, de una en una, las calidades que ella sobejamente ostentaba, como, de hecho, conviene a la legitimidad de un reconocido prosista, quedaría debiendo finura por insigne tarea.

Criatura prendada estaba allí: de ostentada belleza e inspiradas virtudes tenía la lisura como principal referencia de adorno. Era un bien concluido modelo de graciosidad, esculpida bajo la inspiración de notable maestre creador.

Cuando niño hube vivido con los padres y hermanos por las parajes de la Guabiroba - donde plantaban café y batata -, cambiándose todos para el pequeña aldea cuando en ella, aunque niña ya grande, la flor de la juventud aún ni había desplegada botón.

Sus padres tuvieron cuatro hijos y sólo después nació ella, única niña. Hube crecido rodeada por las atenciones de todos, siempre abundante de mimos y afectos. Dengos y gracias se les derramaban de manos llenas, al que siempre correspondía con desembarazada solicitud, en la augusta serenidad del alma pura e inocente. Con la madre hube aprendido los cuidados con la casa y el dominio de los artes culinarias, sin nunca desatender de la apreciación por la propia belleza e higiene personal. Tenía una visible e innegable nobleza de sentimientos. Se llenaba del más vivo entusiasmo al vislumbrar el nacer del Sol, cuando el suave soplo matutino desviaba de su curso sólo para venir a acariciarle las delicadas feições; e culebrear sus delicadas madejas cuando seguía a camino de la escuela. Querida por todos los compañeros y por las profesoras, siempre tenía una palabra de cortesía para dispensar a los cuántos de ella se aproximaran, demostrando poseer una refinada y primorosa elocuencia que por la simplicidad a todos encantaba. Nada le dejaba abusada. Era como si una inagotable luz angelical estuviera recorriéndole siempre las venas. Suyo me gusta por la vida se hacía notar cada gesto y su rostro exhalaba una tierna energía, adornado que era por aliñados requintes de inefable belleza.

Contaba ya dieciséis años cuando, un bello día, al adentrar la sala de aula, encontró un poema escrito en hoja de cuaderno tiernamente doblada, en la cartera donde de costumbre se asentaba. Curiosa, leyó el poema:



Ojos que recitan poesías;

brillo del mar prestado;

colibrís esvoaçantes

buscándose alrededor.



Visión de muchos colores,

ventanas abiertas del alma,

el real y el sublime reunidos

en la misma serenidad.



Espejos cristalinos prisioneros

que a la moldura facial encantan;

líquidos poemas que se tornaran canciones.



Esmeraldas lapidadas

en la sencillez de un rostro cautivante;

sueños que parten rumbo al infinito,

pero retornan...



Comprendió que el poema fuera escrito para ella por alguien que la conocía muy bien, pues sus ojos estaban allí retratados con palabras tiernas y de la más dulce ternura. Releo poco a poco y, enseguida, guardó entre las hojas del cuaderno.

Después del término del aula, se dirigió para la salida, pero no fue abordada por nadie. Su virgen corazón ahora batía descompasado, como que reproduciendo el tropel de animales en destrabada carrera. Afloraba-se-le un sentimiento hasta entonces desconocido; algo inquietante, uno en un-sé-qué intraducible, mixto de euforia y deseo, o sería... No! Era indefinible. Era sí. Pero el ritmo cardíaco se hube acelerado; y su sangre, al recorrer las venas, parecía calentado por un fuego de llamas descontroladas.

Los días y semanas que se siguieron o anónimo poeta no aparece; e otro poema fue en vano aguardado. No en tanto, ella continuaba a experimentar espléndidas e intensas modificaciones. Sueños e devaneios dominaban ahora a aún inmaculada paisaje de sus sentimientos. Y el panorama que ahora enjergaba parecía alumbrado por la luz de mil soles resplandecientes...


AÑOS SE PASARON...


Ella se cambió para Oro Fino, pequeña ciudad próxima. Fue estudiar, quería ser profesora. Consiguió. Era propio de su espíritu educar almas e instruir intelectos, hube nacido para esto. Nunca se casó. La vivacidad de su arte llenaría plenamente su existencia. Avisté otro día, de lejos, al pasar por la Estación de Colectivos, allá en Oro Fino, cuando ella ya iba a embarcar en el autobús. La llamé. Ella miró y me reconoció. Esbozó una ancha sonrisita, gesticuló para mí con un gesto mono y entró en el vehículo. Pude notar que sus ojos aún eran dos intensas antorchas (esmeraldas lapidadas en la sencillez de un gesto envolvente), que iluminaban las veredas por donde ella seguía, ya que el alma estaba siempre al frente, apuntando el rumbo de un horizonte que sólo ella sabía identificar, sin nunca errar la dirección. Décadas transcurridas en un intenso apego a la vida habían dejado registro indeleble en la tez ahora rizada a maneras de cupineiro. Es asimismo. La mano del tiempo deja callosidades por donde pasa. Marcas del tiempo... Impiedosas recordaciones a producir arrobos de melancolía; una poesía de ningún modo declamada aún engasgada en la garganta...

Su mirar y su sonrisa tenían reavivado una llama ardiente conservada con insólito empeño; y ahora, frémitos de agonía sudada de bien-querer exponían los andrajos de un corazón aún fumigante. Avivaba una antigua pasión, nacida en un clima de sosiego que aún inquieta. Voy caminando melindreado, deseando apresurar el paso, introduciendo en mi paisaje íntimo una conversación solitaria, que interiormente adocica la comprensión, pero, coloca en polvorosa mis desalentados sueños. Me viene a la mente una de las canciones que ella siempre entonaba, cuando absorta en sus labores domésticos diarios:



“Hoy mi corazón está llorando,

está pidiendo para usted tornar;

su partida me dejó penando,

solamente la vuelta puede alegrarme.



Entristecida exalto mi cantar,

mientras espero su retornar;

si la distancia mueve melancolía,

su vuelta me hará soñar”.



Cantando ella embalaba en dulce suavidad todos sus pensamientos. Rememorar su cantilena es para mí una plegaria que alienta mis mutiladas esperanzas y ameniza mi desesperación.

Semana que viene voy a la ciudad de Oro Fino con mi sobrino, que va a resolver unos asuntos en el Departamento del Gobierno. Voy a quedar sentado en la Estación de Colectivos, esperando mientras él va allá. En la Departamento del Gobierno acostumbra tener mucha gente, la atención es tardada...


João Cândido da Silva Neto

sábado, 24 de outubro de 2009

LEYENDA DE La SERRA QUE LLORA

LEYENDA DE La SERRA QUE LLORA


En un reino distante el soberano tenía un único hijo, el príncipe Igor, muchacho bello, inteligente y amado por todos los súbditos. En el reino vecino había dos princesas, hijas del rey que gobernaba y era viudo: Sâmia, de más nueva y Miléia, de la primera boda. Ambas fueron creadas por el padre con mucho amor y cariño; este no demostraba más atención ni a una ni la otra. Recibían, ambas, el mismo tratamiento afectuoso.

Los dos soberanos habían combinado que el príncipe Igor y la princesa Miléia se casarían cuando alcanzaran la edad propicia, pero los dos jóvenes nunca tuvieron conocimiento de este acuerdo.

Un día, la princesa Sâmia y sus damas de compañía cabalgaban por los campos y, ignorando los límites del reino, atravesaron el río que separaba los dominios de los dos soberanos.

Al avistar el grupo de amazonas el príncipe Igor llamó sus jinetes y fueron al encuentro de ellas y, de manera gentil y cordial, se dirigió a la princesa preguntándole sobre los motivos que la traían al territorio de su padre.

Encantada por la belleza y educación del joven la princesa sólo consiguió responder que no hube percibido haber ultrapasado los límites territoriales y, por lo tanto, si disculpaba por el engaño.

El príncipe, gentilmente, se pontificó a acompañarla en el trayecto de retorno. Y así ambos caminaron codo con codo, conversando animadamente, hasta llegar al margen del río, donde montaron en sus respectivos animales.

Sabían estar enamorados y no conseguían negar o disfrazar este hecho. Combinaron un nuevo encuentro allí, en la curva del río, en aquel recinto florido de la llanura que se extendía hasta en el encosta de la montaña.

Al tomar conocimiento del ocurrido el rey envía el príncipe Igor para una larga y tardada misión en un país distante. E inmediatamente comunica el hecho al soberano, padre de la princesa Sâmia, que agradece, pero, nada transmite a su hija.

Pero, una de las damas de compañía de la princesa Sâmia, que hube oído y hube comprendido la conversación del rey, decide interferir. Llama uno de los guardias palacianos y pide que él rapte la princesa Miléia y a esconda en un valle distante, explicándole que estaba salvando su vida, pues una terrible conspiración para derrumbar el gobierno de su padre estaba siendo tramada. El príncipe Igor retorna de la misión y, para ganar tiempo, el padre le da otra tarea igualmente importante. Y, el mismo día, los dos reyes deciden marcar la boda del príncipe Igor y de la princesa Miléia para cuando él volver. La desaparición de la princesa Miléia está siendo mantenido en sigilo por el padre. Pero, a través de uno de sus jinetes, el príncipe Igor queda sabiendo del plan del padre y también de la desaparición de la princesa Miléia, no comentado por el padre de ella. En aquella noche él parte al galope para encontrarse secretamente con la princesa Sâmia, que va a esperarlo en la curva del río.

Al verse delante de la amada él explica el plan de los dos soberanos. Combinan encontrarse del otro lado del gran mar, en lo alto de la montaña, pues él está incumbido de conducir un pueblo en una expedición de conquista y ocupación de aquella aún poco conocida región. Se despiden y retornan a sus respectivos palacios.

Pero el plan del príncipe Igor es descubierto por su padre, que lo llama e informa que su misión será aplazada hasta el inicio del año siguiente. Y sin que el príncipe supiera la expedición partió en aquella noche, bajo el mando de uno de los sobrinos del rey.

La princesa Sâmia, animada por la esperanza de ser feliz al lado de su amado, parte a las escondidas y, disfrazada, cruza el gran mar. Después de intensas dificultades ella alcanza la gran montaña y, en lo alto, si depara con una población.

Ella es recibida con mucha alegría y sorpresa por los nativos, que hacen fiesta y cantan conmemorando su llegada. Acostumbrados a vivir prácticamente desnudos en contacto directo con la Naturaleza ellos quedan admirados por la belleza de la joven blanca, sus vestimentas y sus largos cabellos amárelos. No consiguen comprender que una persona pueda tener cabellos de aquel color y sólo en la luz del Sol encuentran un elemento de comparación. Y así, pasan a considerarla una diosa y a llamarla de Guaraciaba, < Cabellos del Sol >.

Construyen para ella una cómoda y mucha bella cabaña en una pequeña elevación a pocos metros de la entrada de la aldehuela; y satisfacen con inmenso placer todos sus gozos y deseos.

Ella se adapta rápidamente a aquella forma de vida; les transmite algunos de los hábitos de su pueblo y, a la noche, siempre delante de la hoguera, les cuenta historias fantásticas del mundo que ellos no conocen.

Narra los acontecimientos que la llevaron hasta aquella región y declara que representantes de su pueblo están para llegar y en el mando viene su prometido, con quien se casará. Todos se alegran con estas noticias y pasan a vigilar todos los días en la esperanza de avistar inmediatamente los tan esperados visitantes.

Muchos meses transcurren sin que se tuvieran noticias de los aventureros. Los mensajeros informan sólo que hombres blancos llegaron en grandes canoas y se instalaron en varios puntos del litoral y en la chapada.

La princesa se impacienta con la falta de noticias. No consigue imaginar lo que puede haber ocurrido y se deja invadir por la desolación.

Pero, en una tarde, hombres blancos se aproximan de la aldea en una expedición de reconocimiento. Los nativos corren a recibirlos, para los conducir a la princesa.

Fascinados por la festiva recepción ellos se dejan llevar hasta la cabaña de la diosa Guaraciaba. Más admirados quedan cuando a reconocen. Como sabían de la implicación de ella con el príncipe Igor ellos narran los hechos de que tienen conocimiento.

Informan que el príncipe se hube casado con la princesa Miléia, por determinación de su padre, que hube alegado tener la princesa Sâmia desaparecido. Su padre revelara que la princesa Miléia había sido raptada por una de sus damas de compañía y fuera, por uno de los guardias, escondida en lo alto de la montaña. Con la amenaza de mandar a la muerte la dama de compañía y el guardia los dos soberanos consiguieron convencer el príncipe Igor a aceptar el matrimonio.

La princesa se desespera. Todos sus sueños de felicidad se desvanecen en aquel momento. En la aflictiva angustia de ver perdidas todas sus esperanzas ella sale corriendo por la montaña, llorando alucinadamente. Nadie conseguiría contenerle la desesperación.

El día siguiente, bien pronto, los naturales deciden salir a su busca. Se dividen en grupos y siguen en varias direcciones.

Encuentran, y quedan conociendo, incontables cascadas, cuya existencia ignoraban, y en su ingenuidad, atribuyen el origen de las caídas de agua a las lágrimas abundantes que la diosa hube habido derramado.

Entristecidos, ellos continúan las búsquedas por días y semanas. Cada nueva cascada encontrada se confirma la certeza de tener la diosa pasado por el local. Pero ella no sería encontrada, jamás.

Guardaron en la recordación la bella imagen de la diosa blanca de cabellos del Sol, pasando a reverenciarla en sus cultos. Y hasta hoy llaman la región de Mantiqueira, < Serra que llora >.

João Cândido da Silva Neto

sexta-feira, 23 de outubro de 2009

CUANDO ELLA PASA

CUANDO ELLA PASA

Su tierna figura es como un imán – atrae mi mirar y me desatina los sentidos. La miro y buceo en una suave contemplación. Sus ropas aliñadas exhiben las formas definidas del bello cuerpo, emoldurado aún por una piel morena irresistiblemente bella e inexorablemente seductora. Su rostro ostenta una tierna y, probablemente eterna, expresión de serena tranquilidad. En el caminar firme y seguro y en la voz dulcemente pausada la revelación de una alma que rechaza las desdichas de la vida y, calladamente, edifica el bello en la transitoriedad de los sentidos, en la efímera paz del momento y en la indefinible impresión de la existencia. La imagino así cuando ella pasa; y ella es así en mis sueños. Me siento enamorado por una visión que, frecuentemente, si delinea en el espacio etéreo de mi mirar soñador. La veo en mis brazos, envolviéndola con mi cuerpo; y en la profunda y sensual intimidad el amor aflora libre e indescriptible, en su más auténtica e inefable expresión. Imposible reconocer fronteras para el verdadero amor. El tiempo físico sólo intenta limitarle la manifestación material, pero, en el final infindo, cuando por la enésima vez susurro a los oídos frases cargadas por la inextinguible magia del amor, ella sabe que su simple presencia a mi lado ya hace mi vida valer la pena. Y así, buceados en un clima envolvente, de la más sublime y contagiante emoción, adormecemos. La he en mis brazos, su cuerpo ardiente pegado a mí, protegidos ambos, por la complicidad del silencio reinante que, convenientemente, es ciego, sordo y no escucha. Oigo su respiración levemente indolente, saboreando la paz que nos invadió. La paz del amor que se realiza en todos los momentos, aún en un suave toque de manos a atraer cuerpos que se unen en el dulce deslumbramiento de la felicidad.

Sueños alados permean la atmósfera. Morfeu reina absoluto...

UNA DÁDIVA EN MI VIDA

UNA DÁDIVA EN MI VIDA


Ella tiene sólo 18 meses de edad y desbanca alegría, salud, confianza; y provoca una irresistible ternura en todas las personas que le contemplan las maneras simples, el jeito mono de pronunciar las palabras que lentamente va aprendiendo; la firmeza y determinación de los pasos ya objetivos que, aunque causadores de muchos caídas, nunca dejan de la conducís adónde ella desee ir. Y en esta edad ella siempre cree que puede ir a cualquier lugar. Caminamos juntos, de manos dadas, parando incontables veces para observar y comentar sobre las aves (maritacas) que pasan sobrevolando las casas, el perro que late en el patio más próximo o para hablar de aquel niño que viene viniendo en la dirección contraría.

Yo me esforzó para entender lo que ella pregunta y para responder con la plena convicción de quien sabe todo, finalmente, tengo la impresión de que es así que ella ve este pobre noveno. Antes, sin embargo, de responder cada pregunta, necesito adecuar mi lenguaje a su aún modesto vocabulario, comprenderle las ideas y respetar su línea de raciocinio aún incipiente, que gradualmente va desarrollándose. Sus actitudes fijan la clara impresión de que ella siempre sabe exactamente lo que quiere y nunca duda de la certeza de conseguir sus objetivos. En cada paseo ella estira la mano del noveno y entra en el emporio para aprovisionarse de salegadnos, chocolate y refrigerante; después sale llevando todo en una sacolinha colgada en el brazo. (Dueña Cida conoce bien los hábitos de su freguesa). Ella ya sabe cumplimentar y agradecer, aunque necesite siempre ser acordada de la obligación de hacer uso de esas cortesías. Nunca está indispuesta para una volatina en la plaza, para juguetear en la cama elástica del José (que los niños llaman de pula-pula y ella identifica como “pua-pua”) o para tomar un sorbete allá en el Diño. Conoce los locales y los respectivos servicios prestados y cuando entra en la sorbetera ya tiene previamente definidos el tipo de sorbete y los sabores a ser colocados en la embalaje por el vovô. Y la cobertura ella siempre varía, apuntando varias y decidiéndose por todas. Sabe adónde el padre trabaja y casi siempre quiere pasar por allá para ver y cumplimentó. Si le preguntan dónde está yendo, da la respuesta clara y precisa: “...paseé vovô”. En estas ocasiones ella no es de mucha prosa: dice chau a todos, estira la mano del vovô y apunta el camino a continuación, que ella ya conoce muy bien. Nunca se preocupa con la cansera de las piernas, pues sabe que basta parar en el frente del vovô y levantar los brocinos para él entender la necesidad y asumir la obligación. Siempre demuestra estar cansada en la subida; pero desciende del pego del vovô y sale corriendo así que llega a la plaza y avista el pua-pua del José.

A veces vuelve para casa durmiendo en mis brazos.

La contemplo mientras duerme plácidamente: una centella de vida proyectada del Cosmos a través de adivináis luminiscencias; suave flagrancia de la eternidad... Cuánta belleza y simplicidad emanan de aquel rostinho dulce y tierno! Y cuánta confianza ella deposita en este vovô! Me recuerdo del tiempo en que era su madre que yo cargaba en el pego, con el mismo amor, el mismo cariño. Me veía, en aquella época, creciendo mientras orientaba y amparaba el crecimiento de ella; y agradeciendo a los Cielos por haberla enviado y a ella por haber viniendo. Presentes así, verdaderas dádivas cosmiquitas, son muy caros. Son joyas de inestimable valor ofertadas a la existencia humana para mostrarnos que la belleza de la concepción de la vida podrá siempre ser perfectamente admirada en el semblante de un hijo que duerme. Y fácilmente comprendida al largo de un paseo, de manos dadas, por la plaza...


JOÃO CÂNDIDO DE SILVA NETO

SU BÚSQUEDA

Caminando al azar yo insistía en vislumbrar una tenue imagen que estaba allá. Estaba sí, yo a podía avistar. El ansia de alcanzarla me hacía proseguir sin parar, aunque ya avanzara en el límite del cansancio.


El Sol, con su luz esmorecida, ya se omite en el ocaso; y una brisa rápida y pasajera es el único soplo de esperanza.

En vuelta un silencio infinitamente volumoso, inmenso de incontidos deseos.

Los pasos vacilantes indican la dirección, pero la incertidumbre de la trayectoria se orienta por la brújula de la ansiedad inquieta.

El objetivo no está claro, la ansiedad sólo indica que es para allá; pero inexorablemente grande se hizo la necesidad de proseguir.

La conciencia intenta alimentar la esperanza antes que, aliquebrado, el cuerpo se prostre exangue.

Las nubes desaparecieron. Las sombras sólo existen en la también árida paisaje de los sentimientos ya casi desfallecidos. Recuerdos de una mañana la chover; deseo de sentir el calor del Sol matinal, de ver los insectos pausando en las flores aún orvalladas. No tengo el coraje de asestarme por algunos instantes.

Sé que me depuro cada tramo del camino; inmundicias se desprenden de mi equipaje y van quedando enterradas en el suelo arenoso y estéril que, indiferente, registra mis cogidas.



El sufrimiento purifica...

La soledad incentiva la búsqueda...

Inquietud sostiene la caminada.



Fauna y flora desaparecieron:

Sería Primavera? Habría flores.

Sería Invierno? Sentiría frío.

Sería Otoño? Cholería frutos.



Al frente más arena para pisar - en el desierto no se cultivan flores...

Las aventuras irrequietas del pasado formatean ahora el caos que si presenta colosal, como escombros de mí aún a vagar.

El orgullo se desmorona; la exaltación se desmoraliza. Resquicios de maguas empodrecen; brotan señales de arrepentimiento en el lodo de la incomprensión.

El sueño elabora un cántico que parece bajocar en los estertores de la tranquilidad violada, sacudida. Intento eliminar o, por lo menos, reducir el dolor que insiste en repeler la suavidad; clamo por la ternura que, denotando neutralidad, me da la espalda, insensible a mis langorosos llamamientos. Del fondo del alma no emergen confortos de bálsamo; del corazón

buceado en intensos dolores no aflora una oración consoladora.

Como extraer un milagro de la arena cálida, donde la vida se confirma como sólo un enigma indescifrable?

Contemplo el cielo sediento, sin nubes la bolar….

Firmamento límpido a cansarme la mente esperançosa. Si al menos pudiera apresurar el paso...

Me vienen a la mente, acuñadas, nostálgicas sensaciones de diáfanos desprendimientos, saudosos soliloquios de elocuente contemplación.

Sueños desconexos me invaden de asalto y permanecen pululando en la conciencia como piezas de uno quiebra-cabeza que las emociones, abordonadas, desistieron de intentar montar.

En la etérea lassidão de mi corazón sentimientos desarmonizados me embriagan, conturbando la frágil perennidad en que creo y que me alimenta.

Intento, por una fresita del tiempo, dar una espiadela en el pasado, pero una densa bruma me causa vértigos de desconsolo y náuseas de incomodidad inapropiada. Sé que me resta la esperanza, pero este es un río que corre solitario, sin afluentes y la expectativa de alcanzar el estuario es una idea espantosa.

Me falta la fuerza, voy a la cama agotado. Una suave brisa me acaricia, una luz rosa y lila me rodea. Percibo ahora, después de lenta y estafante caminada, que una relva florida me sirve de aconchegante lecho en forma de corazón.

Relajarse y sentir el pulso rítmico. Una gran paz me llena, una luz plateada e me ilumina ahora...

Quiero aprovechar la calma y la suavidad del momento. Miro a mi alrededor y reconozco mi cuerpo. Me doy cuenta de que esa búsqueda ansiosa de la paz y la felicidad, el confort que necesitaba era el refugio ofrecido por mi propio corazón. Había una ancha y cansativa viaje, pero el precioso aliento estaba ahí dentro de mí, pulsando continuamente - tun, tun, tun...




Los primeros rayos de sol, la audacia, ya penetrar en el vidrio.

Una renovada energía marca aquel momento de suave y poético reencontro.

La vida sigue su curso. La noche es sólo una pausa. Parar las fuerzas de la restauración y alimenta los sueños. Los sueños que determinan la dirección y el ritmo de la vida. Se extingue la vida y se renueva, renace de los sueños que se desvanecen a medida que fortalecer, produciendo las cenizas-semilla de áureo despertar; sueños adónde usted viene en mi dirección. Donde puedo avistar su figura a caminar al lejos, muy lejos, a finales de esta extensa llanura desértica que penosamente recorro.

Los sueños mueren y renacen. En este interminable soñar busco la perennidad de mi sueño. Voy alternando largas caminadas con rápidos descansos.

Con cada búsqueda me detengo en mi corazón. En él yo relajo, descanso, recompongo las fuerzas, acuerdo y… me veo aquí, sentado delante de la tela de este ordenador.



João Cândido da Silva Neto