Quem sou eu

Minha foto
Brasileño, pernambucano de Afogados de la Ingazeira, 56 años (viudo hay 11), 3 hijas, 4 nietas y un nieto, solitario, espiritualista

Seguidores

domingo, 27 de dezembro de 2009

UN CALLEJERO EN LA CIUDAD DE JOÃO PESSOA

No es necesario un gran esfuerzo mental para intentarse entender la dura realidad de los habitantes callejeros de nuestro país. Y ahora que conozco ese aspecto de la sociedad por vivirlo en profundidad y en toda su crudeza no necesito invocar teorías para explicarla o justificar sus caracteres macabros.
Fui asaltado en la Avenida Epitácio Pessoa - capital de la provincia de la Paraíba, aquí en Brasil - en la noche de 13 para 14 de noviembre de 2008. Llevaron mi bolsa conteniendo todos mis documentos, tarjetas, agenda, dinero, 100 piezas artesanales para vender, herramientas y materiales para confección de otras 300 piezas, objetos y productos de higiene personal, reloj, óculos, un libro de Filosofía y dos cuadernos con anotaciones de viaje.
Registré el ocurrido en la 1ª Comisaría Distrital y los agentes me dijeron que era todo que podían hacer, pero me arreglaron un lugar para dormir y, por la mañana, tomé un baño (sólo con agua) antes de dejar el local.
Comenzaba en aquel momento una fase de peregrinación con experiencias inusitadas. Pedir ayuda a mi familia sería prácticamente imposible, pues mi madre moriría en el momento en que supiera y yo hube propuesto que pasaríamos juntos la fiesta de final de año.
Así, conecté para ella y, con el entusiasmo de siempre, le conté sobre la ciudad de João Pessoa, sobre el plan de ir para Recife y Maceió y de llegar a São Paulo en aquel plazo. Pedí y ella colocó la bendición con que, religiosamente, ha me bendecido al largo de mi vida: “Dios te haga feliz”. (No soy mentiroso, sólo omití una revelación dejándola para un momento más oportuno, cuando anduviera con la cabeza en el pego de ella).
Mis propósitos comenzaron a dar errados cuando dejé la playa de Majorlândia en Aracati, Ceará y seguí para Natal, la capital de la provincia del Río Grande del Norte. De allá embarqué para Tibau del Sur, con su decantada Playa de la Pipa, donde quedé por seis días. Comercio débil, sólo se oían reclamaciones; los compañeros se referían a los turistas como “duritas” (por estaré sin dinero). Nadie vende nada, pero los costos para mantenerse vivo son elevados – embarco para João Pesssoa y, en aquella noche, al volver de la Playa de Tambaú, fui asaltado.
El día 14, luego pronto, y los días posteriores, yo recorrí varios Órganos del Poder Público en búsqueda de ayuda. Fui a la Municipalidad, a la Cámara, Casa Civil del Gobernador y OAB (Orden de los Abogados de Brasil). Busqué el Ministerio Público, pero allá me fue dicho que en el MP sólo se cuida de casos de violación de los derechos humanos. Alegué que mis derechos estaban siendo violados y que, como persona, estaba siendo violentado, pues el Estado que debía cuidar de mi seguridad tenía desconocido su función y aún me hube abandonado durmiendo en plaza pública y pidiendo alimento de casa en casa para sobrevivir.
Durante 18 días me expuse involuntariamente al modo de vida que desconocía en la práctica y en la teoría repudiaba. Un modo de vida que siempre critiqué en defensa de mis semejantes, pues, si el Amor predominase y fuera evidenciado en plenitud tendríamos gobernantes efectivamente comprometidos con el progreso del Ser Humano y, por lo tanto, tales cuestiones no se desarrollarían alastrando por toda la sociedad. Pero, a consecuencia del nivel aún poco adelantado en que nos encontramos en la escala evolucionaria y en razón de vivir la fase conclusiva de el actual ciclo evolutivo asistimos al descalabro de toda la frágil estructura organizacional de la pobre civilización que creamos. Si tenemos violencia y corrupción de costumbres y valores debemos, obligatoriamente, reconocer que somos los únicos responsables, pues el mal es producido en medio del bien y va se diseminando lentamente hasta enraizar profundamente en la misma proporción en que es ignorado por las personas que debían y podían combatirlo desde sus manifestaciones iniciales.
Durante mi corta permanencia en João Pessoa dormí muchas noches en las inmediaciones del Mercado Céntrico, siempre junto los compañeros de desdicha. Las historias narradas por ellos son variadas y algunos son forajidos de la Justicia; soy el más viejo del y el más nuevo miembro a adherir a aquel tipo de vida. Gracias a la solidaridad reinante aprendo rápidamente a conseguir alimentos para el almuerzo y la cena; el desayuno ellos van a tomar en la tienda del Mano, prójimo la Estación Central de Ómnibus, que a la 8 de la mañana sirve uno pan con copo de refrigerante.
Descubrí inmediatamente en el inicio que el Poder Público no se presta a socorrer el ciudadano, es más fácil recurrir a la caridad de las personas. Un compañero me enseñó la no pedir comida en casa de pobre, pues casi siempre la familia va a dar de corazón abierto, sin embargo, repartiendo el poco que tenga a la mesa. “Pieza en casa de personas del alta sociedad, usted va a comer bien y no hará falta para ellos”, concluye él.
¡Caracoles! ¡Dio para ver relámpagos filosóficos riscando a calzada de la calle! Si él no leyó sobre la vida de iluminados como Santo Agustino o San Francisco de Assis debe haber incautado el raciocinio de Maquiavelo en “El Príncipe”, o, como mínimo, de Karl Marx.
Pero, en el área elegante de la ciudad las casas poseen muros altos, cercas electrificadas, perros anti-sociales, vigilancia particular motorizada; las empleadas sólo atienden por el interfono y muchas de ellas ya son terminantemente prohibidas de dar cualquier cosa sin el consentimiento expreso de la patrona que, invariablemente, “no está, salió”. El modelo social e económico que preconiza la concentración de renta y prioriza el incesante alargamiento del abismo entre las clases sociales es cruel y nefasto para con ricos y pobres, indistintamente. Para la mayoría desfavorecida el NO HABER es un dilema angustiante y lleva muchos a la práctica de delitos; para la minoría beneficiada el HABER es la causa consequente de las angustias y temores con que justifican el egoísmo feroz y la hipocresía, dos de los pilares de sustentación de esa sociedad moribunda prestes la desmoronar.
Camino por la Avenida Epitácio Pessoa con mi mochila verde a la espalda. Hay dos puestos de combustibles donde se puede tomar café gratis y llenar una botella con agua helada: el Puesto Metrópoli, en la esquina de la Calle Eugênio Lucena Neiva, en el Barrio de los Estados; y el Mastergás en la esquina de la Calle Jorge Faraj, Barrio Miramar. (Agradezco mucho a los operarios).
Un anciano está parado en la franja de seguridad para pedestres; es deficiente visual y usa un bastón. Me aproximo de él, ofrezco mi cooperación y, juntos, atravesamos conversando animadamente. Señalizo para los vehículos que reducen la velocidad permitiéndonos una travesía segura. Por esa avenida circula la fracción elegante - constituida principalmente por Corollas y Hondas Civic - de la flota de vehículos. Cien por ciento de los conductores y 99% de las conductores son bien educados en el tráfico, pero, en el general, una gran parte de ellos utiliza los paseos públicos de la avenida como estacionamiento particular (no importa el tipo de vehículo o las condiciones del paseo, ni siempre bien cuidado o pavimentado). La STTRANS (el Órgano responsable por el tráfico) me informó por teléfono que multa los infractores y, realmente, yo vi un agente de aquel órgano orientando un conductor bien a mi frente, pero la verdad es que no se percibe cualquier preocupación mayor en respetar la ley (los conductores) o de hacerla cumplirse (las autoridades). No basta parar y esperar que el anciano concluya la travesía, es preciso tampoco impedir que él transite libremente y en seguridad por el paseo público.
Pedir alimento de portón en portón exige paciencia y juego de cintura. ES un importante e indispensable ejercicio de humildad, tolerancia y resignación. Además, evidentemente, de enseñarnos mucho sobre amar y perdonar, sobre entender y discernir. Aprendemos mucho sobre el alma humana, sobre el comportamiento de las personas, sobre Política, Economía, Sociología, etc. Nos hacemos especialistas en el arte de la supervivencia (como si ya no lo fuéramos) y aprendemos también a desarrollar el sarcasmo, sin embargo, con una rápida presunción de elegancia. Cuando una voz femenina nos dice por el interfono que no tiene cualquier cosa para dar; cuando se ofrece la vasija por cima del portón y ella vuelve con sólo una banana pintad dentro; o de aquella vez que recibí un saco de papel con 15 panes viejos y duros entregue por la dueña de la casa con una sonrisa levemente irónico la modelarle el semblante simpático. Me sentí haciendo un enorme favor, pues, con certeza, si yo no hubiera aparecido, ella habría jugado en la basura aquel precioso repasto. ES “dando y recibiendo”, conforme enseñó mi padre espiritual, conocido como San Francisco de Assis.
Llevé algunos panes para engrosar el “Sopa de la Solidaridad”, distribuida de lunes hasta viernes, a partir de las 16,30 horas, en el Parque Sólon de Lucena donde, buscarse bien, se puede encontrar el busto del inolvidable vate Augusto de los Ángeles, uno de los exponentes de la cultura del Provincia de Paraíba que, en mi humilde comprensión, parecía escribir con el bisturí y no con la cañeta sus intensos y cortantes poemas.
Examino un ejemplar del Periódico Correo de la Paraíba y percibo lo cuánto los habitantes de aquella provincia aman su lugar de nacimiento. ES un buen vehículo de información, trata con profunda claridad y objetividad todos los asuntos abordados. Y no se encuentran en él ninguno de los errores de gramática que abundan en las propagandas callejeras de la capital. Podía perfectamente ser utilizado en las escuelas de todos los niveles como complemento pedagógico, finalmente, la mejor manera de aprenderse a escribir es dormir en el aula de Lengua Portuguesa (soy brasileño) y leer todo aquello que otros escribieron. ES así que yo vengo progresando lentamente.
Busco una emisora de televisión para exponer mi problema y denunciar el descaso del Poder Público para con los desvalidos. Un periodista me oye atentamente y concluye: “El consejo que yo puedo darle es que busque la ayuda de su familia”.
¡Excelente consejo! ¿Cómo no pensé en esto antes? ¡Yo soy aún un atontado! Cruz credo.
Dormir en paseo público tiene también sus ventajas: los insectos no aperrean; la brisa nocturna, con su perfume oceánico, nos acaricia ininterrumpidamente el espinazo como que intentando identificar aperturas para acariciar las partes más íntimas del cuerpo; el suelo es duro y, muchas veces, desnivelado, pero, todo bien, con lo profundizarse de la actual crisis económica alguien podrá pensar, un día, brevemente, en crear paseos públicos anatómicos; y es preciso estar despertado a la 5 horas, cuando la ciudad comienza a despertar y la vida, aún somnolienta, reinicia su doloroso, sin embargo, inevitable curso. Se corre el riesgo de ser incendiado por vándalos callejeros, pero, la Policía y los transeúntes no incomodan en respeto a la Constitución Federal que reconoce el derecho de ir y venir libremente a todo ciudadano. Y este derecho comprende lo de estar, de permanecer, conforme comprensión del Superior Tribunal de Justicia. Pero siempre aparece, tras la medianoche, un grupo de personas para sacudir el habitante y ofrecerle un plato de alimento ya frío, que podrá ser debidamente saboreado después de una corta oración de gracias. Y tiene también aquel sujeto que viene de madrugada en una motocicleta, ofrecer “hot-dog” (o sería cool-dog?) y que profesa una fe evangélica.
ES asimismo: arrebatado por la “acción fervorosa de las religiones” e ignorado por la exclusión espantosa del Estado el habitante callejero no consigue ni dormir sosegado.
Pero a las 19 horas es posible obtener una vasija de comida caliente ofrecida pela (¡pasmen!) Municipalidad, en la Casa de Acogida, situada en la Calle Almeida Barreto. Con la diferencia de ser todos los siete días de la semana, mientras los “Samaritanos de la Madrugada” sólo aparecen los días de su conveniencia.
Por su tamaño (600 mil habitantes) João Pessoa posee pocos habitantes callejeros y la mayoría de ellos es de personas que adoptaron la vagabundaje y petición como su nuevo "way of life". Tal vez esa constatación justifique la posición oficial de ignorarse el problema o de no llevarlo muy a serio, finalmente, son sólo casos embrionarios en gestación y que tutean como incentivo a la adopción de mecanismos de defensa que la propia sociedad reconoce como válidos y eficientes. No se considera, sin embargo, el hecho de que, concluida la gestación, los revenos vendrán a la luz y bien en el seno de la comunidad...
La Historia es irónica. En el inicio de la colonización de Brasil los portugueses venían para acá huyendo de las ciudades fortificadas de Europa, donde vivían prendidos entre muros. Llegando a la entonces Vila de Piratininga, embrión de la actual ciudad de São Paulo y encontrándola también fortificada, acababan demandando las regiones prójimas con sus familias para, finalmente, puedan acostar raíces en bonanzosas parajes. Actualmente, sin espacios para ocupar y desbravar, sin embargo, rodeados por mendigos, vándalos y ladrones la población se disimula en sus propias casas, erguiendo en vuelta de ellas palizadas modernas con cámaras de vigilancia, perros pit-bull, interfono, etc. Me acuerdo, sin embargo, de una residencia en la Avenida São Paulo donde, por dos veces, fui atendido, por cima del muro, sin, pero con respeto y prestémosla atención. Y de aquella casa de muro amarillo en el Barrio Tambauzinho donde, después de algunos minutos de aguardo, se abrió el portón y la pareja me sirvió la marmita deliciosamente preparada, una banana, una botella de 600 ml de jugo de fruta tropical helado y dos naranjas ya cortadas. Les seré infinitamente grato por tan expresiva generosidad.
Sabemos, sin embargo, que dar limosnas no resuelve ni ameniza el grave problema social de nuestro país. Necesitamos, sí, luchar por la edificación de una sociedad más justa y armonizada, a partir de la renovación de nuestros valores íntimos y de la reestructuración general del contexto social en que nos insertamos, fruto de nuestras maquiavélicas mentalizaciones. Ahí, sí, los políticos que vengamos a elegir tutearán en estrecha sintonía con los anhelos de la población porque, generados en medio del pueblo actuarán a su semejanza, practicando lo que aprendieron. Como hacen actualmente.

João Cândido de Silva Neto
(Escrito a la mano en el Parque Sólon de Lucena, João Pessoa, en 02/12/2008).