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Brasileño, pernambucano de Afogados de la Ingazeira, 56 años (viudo hay 11), 3 hijas, 4 nietas y un nieto, solitario, espiritualista

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quarta-feira, 11 de novembro de 2009

SANTO ANTONIO EVADIDO

SANTO ANTONIO EVADIDO

¡Hizo porque quise!
¡Todo el mundo aconsejó, hablando por una boca sólo: no vaya, renuncie a ese insigne convite, moza doncella que sirve de testigo en casamiento queda para custodiar los sobrinos, usted no debe ir!
¡Pero, no, encasquetó! ¡Temosa semejante mula cuando empaca en riba de carretera! ¡Puede castigarle y azotarle las ancas de más no poder que ella no sale del lugar! Queda allí, parada. No menea una oreja ni sacude el rabo. ¡ES un animal de grande serventía, pero, decidido en las actitudes! Pero, se sabe que en ese mundo tres cosas no tienen recurso: fuego morro la cima, agua morro a bajo y mujer cuando quiere. Pues ella hizo de esa manera, siguió el guión del escrito. Empinó el narizón, bamboleó, rodeando con las manos en las ancas y “voy porque voy, ella es mi amiga de infancia, no puedo afrontarla negándome al usufructo de tan portentoso deleite...”. Pronto. Dio en el que dio...
Ahora sé ahí. Manceba prendada, de celestial hermosura, engalanada con los más arrebatados encantos, de cuerpo escultural – no se puede negar lo que los ojos ven -, pero, avanzada en años, sin que encuentre uno pretendiente que sea, uno sólo, para conducirla a las tan soñadas honras del himeneo. Y es de esa manera como estoy diciéndole. Hasta Santo Antonio (el pobre Santo), estresado por tantas y tan angustiadas súplicas, siempre alternadas por amenazas y castigos – como lo de retirar de sus brazos y ocultar la imagen del niño Jesús – sólo halló un jeito de poner cobro a tan desapiadadas arbitrariedades: sumió, se evaporó sin dejar rastro.
Ya no era sin tiempo, infeliz. Vivía en un sufrimiento que nadie evalúa. Hasta puedo imaginarlo saliendo de pie ante pie allí por aquella puerta de la cocina, con sus sacrosantas vistes arribadas hasta en las rodillas para no amasar o rasgar; las sandalias de cuero crudo, novas, en la mano izquierda, pues acostumbran hacer ruidos a cada movimiento. Espiando para tras resabiado, aunque dando gracias a Dios por librarse de tan tenebrosas agruras. Y el crucifijo en la mano derecha, para espantar las inmundicias que vaguean por las madrugadas y, más importante, no alarmar los cachorros, pues Militão, Jaó y Tieta, que duermen bien allí, bajo aquel depósito, tienen oídos entrenados en cazar animal del floresta y, en el oscuro, es bien capaz de no identificar o no saber discernir entre una santa figura y un animal de tipo extraño y desconocido. Asunta todo que le explico: conciencia de cachorro no es semejante al de persona, no, ya que posee estructura filamentosa muy diferente. La natural sapiencia acomodó todo consonante la necesidad.
Con certeza él caminó pie ante pie hasta en aquel alto, bien donde queda el vieja árbol bien grande a que llaman “Jacarandá”; allá calzó las sandalias, arrumo el espinazo, hizo lo señal de la Cruz en su cuerpo y acostó la vegetación del pasto hasta allá debajo. Después fue fácil: pasó bajo del cercado y abrió carrera en la carretera antes que alguien sintiera su falta.
Sólo puedo creer que fue exactamente así. Pues se hasta el más tranquilo de los hombres estremece delante de las tempestades intuitivas de una mujer, imagine el desventurado del bendito en la carrera. ¡Dios libre y guarde! Nadie merece una vida tan triste, no señor.
Nadie sabe la dirección que él tomó, pero, con la notoriedad que tiene, no hay de quedar desempleado, principalmente por esos parajes. Inclusive porque su hoja de buenos servicios proporcionados es lejos e impecable. Bueno, por lo menos hasta el pueblo quedar sabiendo de esa narración…
Acá por mí, ya fue es tarde. Pues si la propia población habla que Santo de casa no hace milagros. Da para entender muy bien ese prescrito, pero, que tiene un poco de injusticia tiene, sí señor. Yo explico. Santo que es bien tratado en una casa si acostumbra demasiado con la familia. En el inicio ele esforzase para atender a los pedidos, siempre variados y constantes. Unos envuelven angustias y dolores, otros meramente vanidad; algunos mesclan insólitos desvaríos, tan relucientes de extrapolada presunción que es bueno ni especular, hago oídos de mercador.
Si el infeliz del Santo adopta el criterio de atender prontamente los pedidos recibidos, los mendicantes relajan las obligaciones y, por cualquier necesidad, por menor que sea, allá van ellos inquietar el pobre, en vez de arregazar las mangas y buscar aquello que desean con la fe en Dios y el esfuerzo personal. A toda y cualquier hora va a tener aglomeración en el frente del Santo, con las manos puestas orando, lágrimas lastimadas escurriendo del ojos y descorriendo por la mejilla y con el rosario suspenso en el dedo, deseosa que llegue luego su vez de, frente el frente, transmitir a aquel virtuoso emisario divino sus aflictivos martirios. Aflictivos martirios, sé... Si, al contrario, el Santo tarda en atender los suplicantes, para incentivarlos a la dedicación y empeño visando a la adquisición de los necesarios merecimientos, se verá rodeado de velas quemando día y noche, la espalda ardiendo de tanto quedar de pie; y la cara, o mejor, su Sagrado semblante, chamuscado por el calor emitido por la luminosidad originada de tantas velas. Si ese no sea castigo, no sé cómo llamar. Sólo quien sabe lo que es vida de Santo puede evaluar tamaña penuria a gozo de santidad.
Sin hablar en el montón de cera que siempre se forma a los pies de la imagen, pues las muchas velas quemando prójimas unas de las otras contribuyen para que el calor de una apresure a quema de la otra y, consecuentemente, el derretimiento de todas ocurre en pequeño espacio de tiempo. La exacerbada demostración de fe de los suplicantes sólo hace aumentar el suplicio del Santo condenado. El desgraciado se ve desnudo, en las llamas del infierno, mientras el demonio le arranca el cuero del lomo a golpes de azote para delectación de los impiedosos impenitentes. Válganos, Dios.
ES salvo por la fe. De él. Si dependiera de la fe de la muchacha que busca, que busca no, que aguarda sentada, la llegada del príncipe ardientemente deseado, el pobre Santo hay muy ya habría sido supliciado por Cerbero, la pavorosa cría de tres cabezas, guardián de la puerta del infierno. ¡Credo en cruz tres veces!
En el transcurso de esa narrativa me viene al recuerdo un costumbre ya hay muy olvidado.
El historiador Heródoto, de Halicarnasso, que vivió antes de Cristo y es considerado el “Padre de la Historia”, narra una de las bellas tradiciones cultivadas por los babilonios. Según él, los casamientos eran realizados una vez por año en cada villa o ciudad de la Babilonia. En la fecha aplazada, después de previa divulgación del dicho evento, bastante concurrido, se reunían los elegantes hombres interesados en encontrar y adquirir una buena moza para matrimonio. El responsable por la subasta que fuera designado recibía las doncellas pretendientes y las dividía en dos grupos: en el primero lote quedaban las doncellas bonitas, educadas y de familias que detenían posiciones de prestigio en la sociedad; el otro lote englobaba las jóvenes feas, las de familias pobres y las que tenían alguna deficiencia. La licitación comenzaba por las doncellitas bonitas, del primer grupo, con los interesados haciendo lances, visando adquirir las deseadas doncellas para desposar, observados las costumbres. Las mozas muy bonitas eran disputadas por muchos interesados, aquellos mejor situados en la escala social – llenos de dinero para investir -, por lo tanto, eran vendidas siempre por precios elevados.
Concluido el negocio de las doncellas más bien dotadas de cuerpo y fisionomía comenzaba la subasta de las seleccionadas del segundo grupo. Ese funcionaba al contrario. El responsable por la subasta partía llamando las chicas, una de cada vez, y comenzaba haciendo ofertas para los posibles interesados en aceptar llevar una de las chicas y casarse. Las ofertas colocadas por él comenzaban por valores bajos; los pretendientes es que empujaban el precio para cima, visando obtener un bueno valor en la concretización del negocio. Ninguna moza doncella quedaba sin esposo, pues el dinero ajuntado en la venta de las más bonitas era empleado como incentivo para los hombres rematen las chicas de la, expliquemos, segunda división.
Pero, había criterios vigentes que eran rigurosamente obedecidos. El comprador tenía que ofrecer, como garantía, la palabra de una persona idónea afianzando que la boda se realizaría. Si la boda no se realizara por desentendimiento entre los dos era preciso devolver el dinero; y la chica volvía a la subasta el año siguiente.
No se tiene noticia de ningún otro pueblo que haya adoptado esta costumbre u otro parecido. En nuestra cultura se casa por amor o entonces... se inclina la imagen de Santo Antonio de cabeza para bajo dentro de un copo de agua.
En ese mundo tres cosas no tienen recurso...

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