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Brasileño, pernambucano de Afogados de la Ingazeira, 56 años (viudo hay 11), 3 hijas, 4 nietas y un nieto, solitario, espiritualista

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sábado, 24 de outubro de 2009

LEYENDA DE La SERRA QUE LLORA

LEYENDA DE La SERRA QUE LLORA


En un reino distante el soberano tenía un único hijo, el príncipe Igor, muchacho bello, inteligente y amado por todos los súbditos. En el reino vecino había dos princesas, hijas del rey que gobernaba y era viudo: Sâmia, de más nueva y Miléia, de la primera boda. Ambas fueron creadas por el padre con mucho amor y cariño; este no demostraba más atención ni a una ni la otra. Recibían, ambas, el mismo tratamiento afectuoso.

Los dos soberanos habían combinado que el príncipe Igor y la princesa Miléia se casarían cuando alcanzaran la edad propicia, pero los dos jóvenes nunca tuvieron conocimiento de este acuerdo.

Un día, la princesa Sâmia y sus damas de compañía cabalgaban por los campos y, ignorando los límites del reino, atravesaron el río que separaba los dominios de los dos soberanos.

Al avistar el grupo de amazonas el príncipe Igor llamó sus jinetes y fueron al encuentro de ellas y, de manera gentil y cordial, se dirigió a la princesa preguntándole sobre los motivos que la traían al territorio de su padre.

Encantada por la belleza y educación del joven la princesa sólo consiguió responder que no hube percibido haber ultrapasado los límites territoriales y, por lo tanto, si disculpaba por el engaño.

El príncipe, gentilmente, se pontificó a acompañarla en el trayecto de retorno. Y así ambos caminaron codo con codo, conversando animadamente, hasta llegar al margen del río, donde montaron en sus respectivos animales.

Sabían estar enamorados y no conseguían negar o disfrazar este hecho. Combinaron un nuevo encuentro allí, en la curva del río, en aquel recinto florido de la llanura que se extendía hasta en el encosta de la montaña.

Al tomar conocimiento del ocurrido el rey envía el príncipe Igor para una larga y tardada misión en un país distante. E inmediatamente comunica el hecho al soberano, padre de la princesa Sâmia, que agradece, pero, nada transmite a su hija.

Pero, una de las damas de compañía de la princesa Sâmia, que hube oído y hube comprendido la conversación del rey, decide interferir. Llama uno de los guardias palacianos y pide que él rapte la princesa Miléia y a esconda en un valle distante, explicándole que estaba salvando su vida, pues una terrible conspiración para derrumbar el gobierno de su padre estaba siendo tramada. El príncipe Igor retorna de la misión y, para ganar tiempo, el padre le da otra tarea igualmente importante. Y, el mismo día, los dos reyes deciden marcar la boda del príncipe Igor y de la princesa Miléia para cuando él volver. La desaparición de la princesa Miléia está siendo mantenido en sigilo por el padre. Pero, a través de uno de sus jinetes, el príncipe Igor queda sabiendo del plan del padre y también de la desaparición de la princesa Miléia, no comentado por el padre de ella. En aquella noche él parte al galope para encontrarse secretamente con la princesa Sâmia, que va a esperarlo en la curva del río.

Al verse delante de la amada él explica el plan de los dos soberanos. Combinan encontrarse del otro lado del gran mar, en lo alto de la montaña, pues él está incumbido de conducir un pueblo en una expedición de conquista y ocupación de aquella aún poco conocida región. Se despiden y retornan a sus respectivos palacios.

Pero el plan del príncipe Igor es descubierto por su padre, que lo llama e informa que su misión será aplazada hasta el inicio del año siguiente. Y sin que el príncipe supiera la expedición partió en aquella noche, bajo el mando de uno de los sobrinos del rey.

La princesa Sâmia, animada por la esperanza de ser feliz al lado de su amado, parte a las escondidas y, disfrazada, cruza el gran mar. Después de intensas dificultades ella alcanza la gran montaña y, en lo alto, si depara con una población.

Ella es recibida con mucha alegría y sorpresa por los nativos, que hacen fiesta y cantan conmemorando su llegada. Acostumbrados a vivir prácticamente desnudos en contacto directo con la Naturaleza ellos quedan admirados por la belleza de la joven blanca, sus vestimentas y sus largos cabellos amárelos. No consiguen comprender que una persona pueda tener cabellos de aquel color y sólo en la luz del Sol encuentran un elemento de comparación. Y así, pasan a considerarla una diosa y a llamarla de Guaraciaba, < Cabellos del Sol >.

Construyen para ella una cómoda y mucha bella cabaña en una pequeña elevación a pocos metros de la entrada de la aldehuela; y satisfacen con inmenso placer todos sus gozos y deseos.

Ella se adapta rápidamente a aquella forma de vida; les transmite algunos de los hábitos de su pueblo y, a la noche, siempre delante de la hoguera, les cuenta historias fantásticas del mundo que ellos no conocen.

Narra los acontecimientos que la llevaron hasta aquella región y declara que representantes de su pueblo están para llegar y en el mando viene su prometido, con quien se casará. Todos se alegran con estas noticias y pasan a vigilar todos los días en la esperanza de avistar inmediatamente los tan esperados visitantes.

Muchos meses transcurren sin que se tuvieran noticias de los aventureros. Los mensajeros informan sólo que hombres blancos llegaron en grandes canoas y se instalaron en varios puntos del litoral y en la chapada.

La princesa se impacienta con la falta de noticias. No consigue imaginar lo que puede haber ocurrido y se deja invadir por la desolación.

Pero, en una tarde, hombres blancos se aproximan de la aldea en una expedición de reconocimiento. Los nativos corren a recibirlos, para los conducir a la princesa.

Fascinados por la festiva recepción ellos se dejan llevar hasta la cabaña de la diosa Guaraciaba. Más admirados quedan cuando a reconocen. Como sabían de la implicación de ella con el príncipe Igor ellos narran los hechos de que tienen conocimiento.

Informan que el príncipe se hube casado con la princesa Miléia, por determinación de su padre, que hube alegado tener la princesa Sâmia desaparecido. Su padre revelara que la princesa Miléia había sido raptada por una de sus damas de compañía y fuera, por uno de los guardias, escondida en lo alto de la montaña. Con la amenaza de mandar a la muerte la dama de compañía y el guardia los dos soberanos consiguieron convencer el príncipe Igor a aceptar el matrimonio.

La princesa se desespera. Todos sus sueños de felicidad se desvanecen en aquel momento. En la aflictiva angustia de ver perdidas todas sus esperanzas ella sale corriendo por la montaña, llorando alucinadamente. Nadie conseguiría contenerle la desesperación.

El día siguiente, bien pronto, los naturales deciden salir a su busca. Se dividen en grupos y siguen en varias direcciones.

Encuentran, y quedan conociendo, incontables cascadas, cuya existencia ignoraban, y en su ingenuidad, atribuyen el origen de las caídas de agua a las lágrimas abundantes que la diosa hube habido derramado.

Entristecidos, ellos continúan las búsquedas por días y semanas. Cada nueva cascada encontrada se confirma la certeza de tener la diosa pasado por el local. Pero ella no sería encontrada, jamás.

Guardaron en la recordación la bella imagen de la diosa blanca de cabellos del Sol, pasando a reverenciarla en sus cultos. Y hasta hoy llaman la región de Mantiqueira, < Serra que llora >.

João Cândido da Silva Neto

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