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Brasileño, pernambucano de Afogados de la Ingazeira, 56 años (viudo hay 11), 3 hijas, 4 nietas y un nieto, solitario, espiritualista

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sexta-feira, 23 de outubro de 2009

UNA DÁDIVA EN MI VIDA

UNA DÁDIVA EN MI VIDA


Ella tiene sólo 18 meses de edad y desbanca alegría, salud, confianza; y provoca una irresistible ternura en todas las personas que le contemplan las maneras simples, el jeito mono de pronunciar las palabras que lentamente va aprendiendo; la firmeza y determinación de los pasos ya objetivos que, aunque causadores de muchos caídas, nunca dejan de la conducís adónde ella desee ir. Y en esta edad ella siempre cree que puede ir a cualquier lugar. Caminamos juntos, de manos dadas, parando incontables veces para observar y comentar sobre las aves (maritacas) que pasan sobrevolando las casas, el perro que late en el patio más próximo o para hablar de aquel niño que viene viniendo en la dirección contraría.

Yo me esforzó para entender lo que ella pregunta y para responder con la plena convicción de quien sabe todo, finalmente, tengo la impresión de que es así que ella ve este pobre noveno. Antes, sin embargo, de responder cada pregunta, necesito adecuar mi lenguaje a su aún modesto vocabulario, comprenderle las ideas y respetar su línea de raciocinio aún incipiente, que gradualmente va desarrollándose. Sus actitudes fijan la clara impresión de que ella siempre sabe exactamente lo que quiere y nunca duda de la certeza de conseguir sus objetivos. En cada paseo ella estira la mano del noveno y entra en el emporio para aprovisionarse de salegadnos, chocolate y refrigerante; después sale llevando todo en una sacolinha colgada en el brazo. (Dueña Cida conoce bien los hábitos de su freguesa). Ella ya sabe cumplimentar y agradecer, aunque necesite siempre ser acordada de la obligación de hacer uso de esas cortesías. Nunca está indispuesta para una volatina en la plaza, para juguetear en la cama elástica del José (que los niños llaman de pula-pula y ella identifica como “pua-pua”) o para tomar un sorbete allá en el Diño. Conoce los locales y los respectivos servicios prestados y cuando entra en la sorbetera ya tiene previamente definidos el tipo de sorbete y los sabores a ser colocados en la embalaje por el vovô. Y la cobertura ella siempre varía, apuntando varias y decidiéndose por todas. Sabe adónde el padre trabaja y casi siempre quiere pasar por allá para ver y cumplimentó. Si le preguntan dónde está yendo, da la respuesta clara y precisa: “...paseé vovô”. En estas ocasiones ella no es de mucha prosa: dice chau a todos, estira la mano del vovô y apunta el camino a continuación, que ella ya conoce muy bien. Nunca se preocupa con la cansera de las piernas, pues sabe que basta parar en el frente del vovô y levantar los brocinos para él entender la necesidad y asumir la obligación. Siempre demuestra estar cansada en la subida; pero desciende del pego del vovô y sale corriendo así que llega a la plaza y avista el pua-pua del José.

A veces vuelve para casa durmiendo en mis brazos.

La contemplo mientras duerme plácidamente: una centella de vida proyectada del Cosmos a través de adivináis luminiscencias; suave flagrancia de la eternidad... Cuánta belleza y simplicidad emanan de aquel rostinho dulce y tierno! Y cuánta confianza ella deposita en este vovô! Me recuerdo del tiempo en que era su madre que yo cargaba en el pego, con el mismo amor, el mismo cariño. Me veía, en aquella época, creciendo mientras orientaba y amparaba el crecimiento de ella; y agradeciendo a los Cielos por haberla enviado y a ella por haber viniendo. Presentes así, verdaderas dádivas cosmiquitas, son muy caros. Son joyas de inestimable valor ofertadas a la existencia humana para mostrarnos que la belleza de la concepción de la vida podrá siempre ser perfectamente admirada en el semblante de un hijo que duerme. Y fácilmente comprendida al largo de un paseo, de manos dadas, por la plaza...


JOÃO CÂNDIDO DE SILVA NETO

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